“No me corrompas más”, te dije mientras dejabas caer sobre la mesa un
sobre.
Hacía días que te levantabas antes de que sonara el despertador, podía oír
el ruido de la ducha mientras me desperezaba, podía sentir la distancia y la
apatía. Me corrompe que te ausentes con excusas particulares, políticamente
corruptas.
Empezaré por el principio, aprovechando que aún los niños no se han
levantado y estoy en la cocina preparando el desayuno. Mi marido me engaña, lo
sé, con su trabajo y con una colega. No necesito ningún detective, conocí a una
mujer que ejercía este oficio y que lo dejó al descubrir que su cónyuge la
engañaba con la mujer que la había contratado.
Me fascina la facilidad con la que puedo comerme cinco tortitas antes de
que llegue mi marido con la esperanza de que al no ser visualizada quedará en
el olvido y no engordaré. Lo sé, es perverso, estoy llevando a cabo una dieta
que me cuesta un pastón y me corrompo ante unas tortitas delicadas.
“Cariño, no dejes eso ahí”, le vuelvo a inquirir al verlo aparecer en la
sala, “los niños podrían verlo y no me agrada, lo sabes, no ensucies esta casa
con tu trabajo, lo sé todo”. Y me giré hacia la ventana de la cocina con la
esperanza de que se acercara a pedirme disculpas o en deferencia, a abrazarme
negando la realidad de los hechos. No lo hizo, se bebió el café de un sorbo y
cogió la prensa, se concentró en la página local y esperó a que los niños
terminaran de desayunar para llevarlos al colegio.
Como les iba contando, mi marido tiene una aventura, pero no una normal, no,
la tiene de película, con intriga, corrupción y sexo. Y no son imaginaciones
mías, eso ya me lo advirtió una buena amiga, psicóloga, no es eso, ha
contratado una empresa que le proporciona tickets y coartadas, lo descubrí
buscando en Internet la manera de adelgazar diez kilos en una semana. Se olvidó
de borrar el historial. A veces Enrique es tan simple. Enrique, que es como se
llama mi marido, trabaja para una compañía que tiene negocios en medio mundo,
con la excusa tiene que viajar mucho y ausentarse del hogar familiar, en
consecuencia nuestro matrimonio es un fraude, pero no nos separamos para no
perder el dinero de su familia, muy católica, que apostó por este amor que ha
hecho aguas. Su padre le dejó en herencia un capital que continuará hasta que
se agote con la condición de que no nos separemos, y ninguno quiere perderlo,
claro. Podríamos decir que somos una pareja corrupta y egoísta.
“Diga”, contesto al teléfono, es la vecina, una chica rumana que se ha
instalado hace poco junto a su marido, un portugués. Habla poco. Está llorando,
me cuenta que quiere abandonar a su marido, la pega, abusa de ella, ella no
quería venirse a España, fue él el que le prometió un trabajo y una vida nueva.
Ella no le ama, nunca lo ha hecho, el la obligó a casarse, el la prostituye con
sus amigos, vienen a casa, se emborrachan y abusan de ella, tiene miedo de la
policía, piensa que la expulsaran del país, la escucho, la invito a un café,
“sube, tengo unas galletitas en el horno”. Cuelgo, llaman a la puerta.
***
“Enrique, deberíamos llamar a la policía, la chica del segundo ha venido
hoy a verme, está asustada, su marido la maltrata”, dejo caer la frase con la
intención de que mi marido me apoye pero contesta que no es problema nuestro,
que lo deje estar, “lo que pasa de puertas para adentro son asuntos de pareja”,
comenta. Ya, pienso yo, como el nuestro, que va viento en popa. Es miércoles y
ha regresado del trabajo demasiado pronto, me extraña, se mete en su despacho y
se encierra, yo me voy al gimnasio. Voy tres veces por semana, el profesor es
la imagen perfecta del hombre diez, con la tableta de chocolate, los bíceps y
los tríceps en posición, ese culo prieto, así me paso las clases de Pilates,
imaginando que tengo una aventura turbulenta con mi monitor, que me vuelvo tan
flexible que podemos practicar el sexo desde todas las posiciones posibles. He oído
que toma anabolizantes y alguna que otra droga, tampoco es que sepa con
seguridad pero dicen que lo hace para mantenerse así de bueno y de paso ganar
alguna que otra competición. Esto me recuerda una noticia, la que hablaba del
doping en el deporte, puede que este sea un caso más. En los últimos meses ha
ganado varias carreras de montaña, a veces en las clases los ojos parecen
salirse de las orbitas y suda, suda mucho. Regreso a casa exhausta, los niños
ya han vuelto de la escuela y están haciendo los deberes, Enrique está viendo las noticias. Hoy le noto
raro, quizá es porque no estoy acostumbrada a compartir con él tanto tiempo
bajo el mismo techo. Está pensativo, parece preocupado.
“¿Va todo bien en el trabajo, cariño?”. La pregunta está más vacía que su
respuesta la cual me deja aturdida, está metido en un lío, aceptó comisiones y dinero,
favoritismos y la policía le está investigando. “Debo dejar España un tiempo,
hasta que todo se tranquilice, mañana vuelo a Fiji, ya te iré informando” y
mientras pronuncia la última frase se encamina al dormitorio, supongo que para
hacer la maleta. Me quedo pensando en mi vida, podría ir a la tele a contar mi
historia, sería entrevistada y cobraría por ello, aunque no lo necesito,
tenemos dinero de sobra, mi suegro, ya se lo he dicho. Los niños llegan
corriendo, tienen ya hambre, me dirijo a la cocina y saco unas hamburguesas. No
tardo mucho en preparar la cena, yo tomo un yogur con fruta, estoy a dieta.
***
Desde ese día las mañanas saben distintas, ya no me importa su
infidelidad, cómo se llama su amante, si duermo menos y mal, si en lugar de adelgazar
he ganado algo de peso, ya nada es igual. Cuando Enrique marchó a la mañana
siguiente dejó un rastro agónico de un matrimonio apagado que se pierde en el
horizonte, no sé qué hacer. Son las ocho, despido a los niños, ahora van en el
autobús escolar, comen en el colegio y regresan al terminar las clases con un
vecino. Me he despertado a las siete y les he preparado el desayuno, cuando se
han ido recojo la casa, y me acerco al gimnasio, hago una hora de spinnig y
después de regreso, paso por el mercado y hago la compra. Al llegar al portal
está la policía, me asusto, me imagino esposada, metida a la fuerza en el coche
oficial mientras pienso en lo bien que les queda el uniforme a los hombres. Me
bloquean el paso, me interrogan sobre la vecina del segundo, ha desaparecido,
su marido la está buscando, les pongo al día sobre lo que la chica me había
contado aquella mañana, no quiero que mi nombre aparezca en ningún informe,
temo que su marido quiera hacerme daño. El policía me pide que le acompañe a la
comisaría, les digo que no tengo más que decirles.
Entro en el edificio, abro el buzón, una postal desde las islas Fiji,
Enrique está bien, “Querida Sofía, estoy
bien, el vuelo fue agradable. Por favor, ve a casa de mi madre y recoge el
correo, sé que es un lugar apartado pero no pasará nada, cuídate, 49 besos”.
Leo el mensaje una y otra vez, hace mucho que mi marido no me llama por mi
nombre, hace mucho tiempo que ni me llama de ninguna manera, ¿a casa de su
madre?, sus padres viven en una masía, a las afuera de Barcelona, intento
entender que quiere decirme, “es un lugar apartado”, “49 besos”, sé que está
intentando enviarme un recado, que haga algo, pero desconozco qué es, no soy
una gran lectora de novelas policíacas, tal vez si hubiera leído más en el instituto
ahora sabría qué hacer. Decido continuar con mi vida, ya son las tres, aún no
he comido nada y los chicos estarán en breve en casa. Tomo una ensalada de
canónigos con jamón y paté, y un café mientras leo el periódico, las noticias
no son alentadoras, mi profesor de spinnig ha sido acusado de tráfico de
estupefacientes, no me sorprende, como les había contado, se rumoreaba en el
local. Pongo la tele local, allí está, declarando que es inocente, le acusan de
corrupción, de haber conseguido sus últimos premios dopado y de traficar con
ello. Me quedo traspuesta.
Suena el teléfono, contesto. Es la amante de mi marido, está preocupada,
hace días que no sabe de él, le cuelgo. Tres minutos después vuelve a sonar, es
ella de nuevo, me pide que no le cuelgue, necesita saber qué hacer con lo que
Enrique le dejó, le pregunto de qué está hablando, no puede decir nada por teléfono,
quedamos para vernos dentro de dos horas, en el café de la esquina. Vuelvo a
colgar.
He dejado la merienda a los niños y me he venido al café dando un paseo,
no sé cómo es ella, sin embargo ella sí sabe como soy yo por las fotos que Enrique
tiene en su despacho, me figuro que habrá estado allí. Llega puntual, es mayor
de lo que esperaba, se acerca mirándome a los ojos, me saluda, habla en voz
baja, casi inaudible. Pide un té y empieza a charlar, en ningún momento pide
disculpas por tener una aventura con mi marido, su dialéctica es fluida, clara
y concisa, Enrique le ha enviado un paquete con una llave, lo hizo antes de que
lo descubrieran, y tenía que llegar a su poder si eso ocurría, había ordenes
expresas de ello. No sabe qué hacer con la llave, piensa que es de una caja
fuerte de un banco, me pide ayuda. Yo no le comento lo de la postal, tan solo
la escucho, si me dejara llevar saldría de todo de mi boca menos palabras
bonitas, mas ella no tiene la culpa de que mi marido sea un cabrón. Me entrega
la llave, le digo que la mantendré informada, se levanta y sale del bar.
Entonces me doy cuenta de lo que significa la postal que Enrique me envió. Ya
son mas de las nueve, Correos estará ya cerrado.
***
Los niños me han dicho que el fin de semana van de excursión a Toledo con
el colegio, les doy dinero y parten. Me ducho y me visto, cojo el autobús que me deja frente al edificio de Correos,
estoy nerviosa, me veo como si fuera una de esas agentes secretas que trabajan
para el gobierno, lo confieso, me gusta el cine. Me acerco a los buzones
privados, los llamados “apartados”, mi madre tenía uno, aún recuerdo cuando íbamos
a recoger las cartas. Empiezo a buscar el 49. Saco la llave del bolso, respiro
hondo, la introduzco con la esperanza de que abra. Se abre. En su interior un
paquete de color sepia, lo extraigo sin mirar a ningún lado, cierro el buzón y
abandono el lugar sin detenerme, me cruzo con un guardia que me mira, sonrío y
sigo caminando. Ya en la calle meto el sobre en el bolso y me dirijo a casa.
Creo que alguien me sigue, noto
una mirada pegada a mi espalda, entro en una cafetería, me siento y espero.
Pido un café sin dejar de mirar a la puerta, dos minutos después entra un
individuo de complexión media, mira como buscando a alguien, yo disimulo
haciendo girar la cucharilla en el café como deshaciendo un azucarillo
inexistente, se pone al otro lado de la barra, en cuanto pida el café voy al
baño, quizá haya una ventana por la que salir. Parece que eso solo pasa en las películas,
cojo el abrigo y me alejo del lugar, todavía tengo unos minutos mientras abona
su consumición. Echo a correr hasta casa. Me encierro. Saco el paquete, lo
abro, vacío el contenido sobre la mesa de la cocina. Una llave, solo hay una mísera
llave y un sobre con algunos miles de euros. Otra vez a empezar. Entro en su
despacho, sé que no le gusta que lo haga pero esta vez es importante, abro los
cajones de su escritorio, rebusco entre los papeles, encuentro resguardos de
hoteles, cenas, viajes. Con ella, siempre con ella. Entonces es cuanto veo una
especie de agenda, de tapas negras, en letras doradas BNS, en su interior
números y números. Enciendo el ordenador, abro el navegador y tecleo las
siglas, “Banco Nacional Suizo”, Enrique tiene una cuenta en Suiza, entonces es
cierto lo que comentan los periódicos. Puede que la llave pertenezca a alguna
caja fuerte, solo hay una manera de averiguarlo, este fin de semana cojo un vuelo
para Zurich, aprovechando que los niños están fuera.
***
Las azafatas me han servido un café y el piloto nos desea un buen vuelo.
Estoy camino de la capital financiera y económica de Suiza, con más de cuatrocientos
mil habitantes. Aterrizo en el aeropuerto Kloten, aprovecho para practicar el
inglés que aprendí en las clases nocturnas. Cojo un taxi y le indico la dirección
del banco, me hace una ruta turística por la ciudad, tras quince minutos se
detiene frente a un edificio inmenso, de estilo sobrio, pago y desciendo.
Accedo al bloque a través de una puerta giratoria dorada, brillante, en el
interior todo rezuma riqueza. Me acerco a información, le comento mi caso y le
muestro la llave, me mira y avisa a un encargado. Este me conduce hacia un
pasillo, una vez allí otro hombre me lleva al ascensor donde una mujer de
mediana edad está esperándome. Entro y bajamos varios pisos. Cuando llegamos
otro hombre me indica que le siga, llegamos a una sala enjaulada, la abre, en
su interior hay muchas cajas en vertical, le muestro la llave y se mueve hacia
una de ellas, saca de su bolsillo una llave maestra y la introduce, me mira
esperando que haga lo mismo, recuerdo la película “Die Hard 3”, el cofre se abre y el hombre
lo deja sobre una mesa y abandona la sala. Levanto la tapa y miro el interior,
no sé qué puedo encontrar, hay una carpeta con documentos, mucho dinero y un
arma. Me pregunto qué hacer, cojo el dinero y la carpeta, el arma la dejo, no
podría pasarla por el control del aeropuerto.
***
Despierto sobresaltada, he tenido pesadillas, un individuo quería robarme
los documentos, ayer estuve revisándolos, son contratos de inmuebles, Enrique
había obtenido una cadena de favores y había mucha gente que le debía dinero,
sin embargo él había dejado todo preparado para que, si algún día lo acusaban
de algo, esto le declararía tan culpable como todos los que estaban metidos en
el caso. Hurten, así se llama el caso en el que está metido, una empresa
fantasma a la que se suponía que enviaban el dinero. Me quedo dormida en el
vuelo de regreso. Al llegar a casa vacío la maleta, pongo la lavadora y guardo
los itinerarios del bus turístico que cogí ayer por la tarde, el ticket del
museo de arte contemporáneo Helmhaus, y
las postales de la iglesia de Wasserkirche y de la catedral Grossmünster. Los
niños acaban de llegar, están cansados y contentos, Toledo les ha cautivado,
parecen resacosos, si no fuera porque tienen once y trece años pensaría que han
estado toda la noche de fiesta. Les pregunto qué tal lo han pasado, contestan
al unísono que muy bien, les consulto si han bebido alcohol y de nuevo
responden que no al mismo tiempo, me doy cuenta de que mienten, es la primera
vez que percibo la mentira en sus ojos, tan inocentes hace unos años cuando aún
dependían de nosotros, y que ahora, se ha corrompido con los años. Voy a mi
cuarto y me echo a llorar.
***
Me despierta el sonido del teléfono, respondo todavía dormida, llaman de
la comisaría, han hallado un cadáver en el río, quieren que vaya a
identificarlo, creen que es mi vecina del segundo. Me levanto y tras despedir a
los niños, salgo en dirección a Anatómico Forense, temo que sea cierto y esté
muerta. A su marido no lo he vuelto a ver. Llego a la dirección que el policía
me ha indicado, entro y espero que vengan a preguntarme, un solicito joven me
pregunta qué deseo, le manifiesto que me han llamado para una identificación.
Me conduce a una sala y me ofrece una mascarilla. Llama a una puerta y me deja
paso, un hombre que parece ser el comisario me pide que me siente. Le vuelvo a
contar todo lo acontecido aquella mañana que ella vino llorando, tienen al
marido detenido, ahora quieren que yo identifique el cadáver, asiento algo
asustada, nunca he visto un finado, salvo el de mi padre, pero al ser de un
familiar parece que no es igual. Es ella. Su cuerpo está hinchado, el forense
me comenta que es por haber estado en agua, parece que fuera un globo.
Impresiona. Otra noche más de pesadillas. Al salir de la comisaría decido ir
dando un paseo a casa aunque queda algo lejos, pero es pronto, están abriendo
las tiendas, podría mirar algo nuevo, tengo mucho dinero, dinero negro, de ese
que no hay que declarar a hacienda, me siento un poco delincuente, como la
mayoría de los que salen en la televisión, como los que se sabe y como los que
se intuyen, como todos esos. Entro en una joyería, busco algo escandaloso, el
dependiente me mira sorprendido, no soy de esas que entran en ese tipo de
joyería, visto con vaqueros y zapatos bajos, y una cazadora corte militar. Le
pido algo escandaloso, me pregunta sobre cuánto quiero gastarme, le respondo
que no tengo un límite, en esto me doy cuenta de que puede que le choque y que
si en un futuro pasara la policía a preguntar él me recordaría, le digo que
pensándolo bien no puedo gastarme tanto dinero y abandono la tienda. Paso por
delante del colegio de los niños, están en el patio, los veo sin que ellos me
vean, el mayor están fumando, yo comencé a los catorce, qué puedo decirle, el
pequeño está jugando, o eso parece, se tiran la suelo, ruedan, parecen estar
bien, hay uno que grita, otro tiene un móvil en la mano y graba la secuencia,
no me gusta lo que veo, cuando lleguen a casa tendré que hablar con ellos. Ya
en casa, en el contestador tengo un mensaje de la amante, quiere saber si he
descubierto algo, lógicamente no le voy a contar nada. Espero que vuelva a
llamarme. Me siento en la cocina y preparo un café, descongelo una pizza y la
meto en el horno. Tengo hambre. Estoy preocupada por mis hijos, he visto tantos
casos de bullying en las noticias que
estoy asustada, siempre he dicho que esos chicos no tienen una educación
adecuada, que sus padres no se preocupan por ellos y ahora yo lo sufro en mi
propia familia. Llamo a mi madre para contárselo, le pregunto qué puedo hacer,
cómo puedo llegar a ellos sin que se molesten, me pregunta por Enrique, le digo
que está bien, que necesito que me ayude con sus nietos.
“¿Hay algo que queráis contarme?”, es lo primero que se me ha ocurrido al
verlos entrar, sé que no es el método más adecuado pero es el mío y el de mi
estupidez, me miran sorprendidos y niegan con la cabeza. “Esta mañana he pasado
por el colegio a la hora del recreo”, dejo caer la frase lentamente como
indicándoles que sé qué estaban haciendo, el mayor se pone rojo, le digo que le
he visto fumando y que queda prohibido que lo haga, la información le está
entrando por un oído y saliendo por el otro. El pequeño está más tranquilo, le
pregunto por qué se peleaban, contesta que estaban jugando, miente, sé que
miente, “¿y por qué grabáis la pelea?”, ahora lo veo inquieto, responde que he
visto mal, que nadie estaba grabando nada, vuelve a engañarme. Les digo que
hagan los deberes, que mañana iré al colegio a hablar con sus profesores, “Nos
tienen manía, mama, no nos entienden”.
***
En el colegio me explican que hay varios chicos que están dando
problemas, parece que mi hijo pequeño es uno de ellos, acosan a los más
débiles, los pegan y lo graban con el móvil, luego lo cuelgan en la red. Me
quedo atónita, no sé como excusarles, les cuento que su padre ha salido por un
tiempo, me pregunta si nos hemos separado, “no, no, no es eso, está de viaje,
parece que ha habido un asunto de su trabajo muy serio en Sudamérica, pero
volverá en cuanto lo haya solucionado”, no me creen, ni el director ni la
profesora me creen, piensan que no quiero decir que nos estamos divorciando. De
camino a casa entro en la pastelería de la esquina, compro media docena de
cruasanes, nadie me ve, me los como al llegar a casa. Suena el teléfono, “Diga,
soy yo…ah, hola,…no, no sé nada…lo siento…pues no sé dónde la he puesto,
tendría que mirarlo…ya te llamo si eso, adiós”, era la amante. Ya no me duele
pensar en ella, ni en Enrique. Ya no siento nada. En la sección de sucesos
hablan de la detención de un ciudadano portugués, ha asesinado a su mujer
porque esta quería divorciarse, me acuerdo de ella, su rostro frágil, esos ojos
grandes cristalinos, me pregunto por qué ocurren estos casos, por qué el hombre
es tan cobarde que para no quedarse solo acaba con la vida de su mujer, por qué
las personas nos complicamos la vida tanto que al final esta se convierte en un
esperpento de lo que fue en un comienzo.
***
Recibo un mail de mi marido, regresa en dos días, parece que las cosas se
han calmado, me pregunta qué tal estamos, que nos ha echado de menos, llegará
el jueves en el avión de las ocho de la tarde desde Londres. Llamo a su amante
y se lo comento, por si quiere ir ella a buscarlo, a lo mejor necesitan un
revolcón, me dice que han roto, que ya hace días que él la escribió para
decírselo. No me alegro, voy a pedirle el divorcio, lo tengo decidido.
***
Esta más delgado, me besa en la frente y me mira, me cuenta como han ido
las cosas por allí, yo no le cuento nada, me pregunta por la postal, le digo
que me gustó mucho, parece que quiere saber más, si acaso yo llegué a la clave
del mensaje, yo me hago la tonta, se me da muy bien. Al llegar a casa los niños
le reciben como dos adolescentes, pasando de todo, aunque sé alegren. He
preparado su plato favorito, Canelones, abrimos una botella para celebrar su
regreso. Brindamos, parecemos una familia feliz, que hipócritas resultamos. Ya
en el dormitorio quiere hacer el amor, no tengo ganas, le digo que me duele la
cabeza. Insiste, al final acepto, no siento nada, estoy vacía, y mientras él
llega a su clímax yo organizo mentalmente lo que tengo que hacer al día
siguiente. Al concluir me levanto al baño y posteriormente apago la luz.
***
Desde la habitación del hotel veo el mar, la playa de Ipanema es una
maravilla. Llegué hace tres días. Tomé todo el dinero y un avión, no tengo
prisa por volver. Los documentos se los envié por correo al juez del caso
“Hurten”, cuando Enrique quiso darse cuenta de que la amante me había entregado
la llave de la caja fuerte ya era tarde, estaba volando para Brasil. Nadie me persigue,
soy una mujer divorciada, también he dejado eso resuelto, se lo dije a mi abogado,
mi suegro se llevará un buen disgusto y mi marido se quedará sin su pensión
paterna. No me da pena. Ahora vivo mi vida, fuera de toda hipocresía y de toda
corrupción, me entrego a mi misma cada día, me levanto, desayuno, paseo,
escribo para una revista, artículos de opinión, en algún momento tenía que
comenzar a ejercer lo que había estudiado, no gano mucho pero tampoco lo
necesito, tengo dinero suficiente para vivir el resto de mi vida.
FIN