(dedicado
a l@s amig@s)
Hace días que me siento y no me
encuentro. Me descalzo por casa (esto me recuerda a algo, algo que ocurrió hace
ya siete años) e intento encontrarte.
Sin querer y queriendo he llegado a
un punto en mi vida en el que sólo me queda ir hacia delante. Para atrás, como
dicen, ni para coger impulso. Y en este viaje, el mío en barco por esto de mi
amor al mar, pues como les decía, en este viaje hay personas que me acompañan
desde los inicios, otros acaban de llegar y algunos se bajaron hace tiempo. En
algunos camarotes hay gente que aún no conozco, en otros quedan rastros de
pasiones desaforadas y de amores desafortunados, mas solo rastros, al amor no
hay que temerlo hay que amarlo y sentirlo, vivirlo mientras dure y si alguna
vez se acaba, decirle adiós. Pero las amistades, esas son diferentes, esas
entran en tu vida porque tú les dejas la puerta abierta, o una ventana, porque
en algún momento creíste en la persona, y al cabo de un tiempo te diste cuenta
de que no te imaginabas la vida sin ella, sin él. Y es que la amistad es pura y
limpia, tan incondicional que surge sola, de entre los hilos que nos conectan
en el mundo, y se va formando sin pensar, sin pedir, tan solo se necesita
querer y respetar, entender a la otra persona, darle espacio, atenderla en los
momentos flojos y escucharla. Y cuando todo va bien, estar a su lado, no
necesitará nada más.
Y es que recientemente, he conocido
a un grupo de personas que merecen una mención desde mi muelle. Son los Igers
canarios, amigos “irreales” de las redes
a los que conoceré en breve, en ese momento dejarán de ser eso y se convertirán
en pasajeros de mi barco.
Y como capitana que soy les doy a
ustedes la bienvenida.
Y no quiero terminar sin escribir
algo que me dedicaron hace años, cuando abandoné la isla, una amiga me regaló
algo, no recuerdo qué pero si guardo unas palabras que me dedicó: “Vuela libre,
pero busca un golpe de aire te traiga de nuevo aquí”.
Hasta el próximo viaje.
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