Padrino:
"Dícese de la persona que ampara y protege a otra, y que a veces emplea
su poder para facilitarle la consecución de algo".
La verdad
es que no sé si tenías algún superpoder, lo que sí sé es que me ayudaste
a darle imagen, letras, imaginación, pintura, forma, valor y, sobre
todo, pasión a la vida.
Agradezco haber sido elegida por mis
padres para ser tu ahijada porque valoré a través de tu persona la
sensibilidad en el arte, la riqueza emocional que aportan las reuniones
entre amigos, la sobremesa tras una buena comida regada de un buen vino,
la magia y las leyendas de Sanabria, la belleza de un edificio en
ruinas, el descubrimiento como hecho al que se llega arriesgando. Te
valoré y te quise (como te sigo queriendo) como tío, padrino, amigo.
Porque nadie como tú para descolgar el teléfono y llamarme, eso sí,
cuando a ti te apeteciera, porque tú eras de hacer lo que te apetecía
cuando te apetecía, no lo que dijeran los demás, y me preguntabas eso de
"Loreta, ¿qué tal?, cuéntame, seguro que tienes algo en mente, ¿qué vas
a estudiar ahora?... no eres capaz de quedarte quieta ni un segundo,
eres una lagartija, ya lo decía la abuela". Y acertaba, siempre
acertaba.
Llevo estos últimos días intentando reorganizar los recuerdos que tengo de mis años con tío Raúl
como si de una caja de fotografías se tratara, la abro mentalmente y
extraigo fotogramas al azar: una noche de verano en la casa del Lago
escondida en lo alto de la escalera escuchando a Ray Charles
mientras te observaba junto a tus amigos conquistar la madrugada; esa
regañina a los dieciséis años (de las que dejan huella); la habitación
del piano en casa de la abuela y tus grandes periplos; el olor a papel
vetusto que envolvía los altillos de la tienda; una pila de fotografías
antiguas, color sepia; tus susurros para que nadie te oyera contándome
algo o yo a ti un secreto; tus ojos vivos tras las gafas; tus manías
(algunas de ellas heredadas por mí); tu perfume (o debería decir
"perfumes"); tu inteligencia; tu enorme cultura, que te labraste tú
solo; tu cercanía a la hora de sentarte a la mesa con todo tipo de
personalidades, desde Piñeiro, el entrañable guardián de la casa del Lago, hasta artistas de renombre.
Lo importante para ti era lo que esa persona podía ofrecerte desde
dentro, sus entrañas, esas bellas entrañas que guardamos a veces
recelosos y que solo alguien como tú sabía apreciar, como buen
coleccionista de arte, querido tío.
A mí me conocías bien, me diste alas para volar alto, y estate seguro que las aprovecharé como mereces.
Seguimos en contacto, tío.
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